sábado, 29 de agosto de 2009

Váyanse al Infierno

(Gracias a la Negra por buscar y pasarme este artículo)

Juan Miguel Zunzunegui


“Pobre del pobre que al cielo no va,
lo joden aquí, y lo joden allá”.
Sabiduría popular

En vista de la popularidad que ha estado perdiendo el infierno y la
consecuente falta de clientes que esto debe de acarrearle, el Papa ha
estado haciendo campaña a su favor desde el comienzo mismo de su
pontificado; este santo señor que debería ocuparse, según mi limitado
entendimiento, a los asuntos celestiales; parece estar más ocupado en
los negocios de la competencia. Al principio de su reinado en un reino
muy de este mundo, declaró que el infierno existe, es real y es
eterno; comenzando el 2008 nos volvió a recetar la dosis aclarando que
no es una metáfora ni un estado del alma sino un lugar físico.

La santa obsesión con el infierno tiene finalmente mucho sentido,
tristemente, y porque así lo ha educado la iglesia por siglos, la
mayoría de los clientes (perdón, creyentes) de la institución que
preside el Pontífice, están ahí, no por la promesa de venta de dicha
empresa (el cielo), sino por temor a caer en manos de la competencia.
Es decir, es el diablo quien mantiene a las ovejas en el redil, en la
mayoría de los casos. Es como tomar Coca, no porque nos guste, sino
por no caer en las garras de la terrible Pepsi. Mercadotecnia
celestial.

Por mi parte estoy convencido de que sólo gente muy mala y perversa
puede creer en la existencia de un lugar tan temible como el infierno
(donde estaré yo si acaso me equivoco). Almas caritativas y buenas no
podrían concebir la existencia de aquel sulfuroso lugar. Pero para
entender mejor la obsesión pontificia con esa leyenda medieval del
fuego eterno es preciso remontarse a los orígenes mismos del diabólico
sitio.

Los primeros cristianos, súbditos romanos, desarrollaron la idea de
una vida después de la presente, donde todas sus actuales desgracias
se convertirían en recompensas. Hablaban de una recompensa para ellos,
lo cual no significaba las llamas eternas para los demás, pero con el
paso del tiempo el cristianismo se hizo religión oficial del imperio y
única permitida, no por una conversión del emperador Constantino
(quien nunca se bautizó cristiano), como señala el catecismo, sino por
una necesidad política y de control.

En el año 325, el emperador llamó a los obispos del Imperio a la
ciudad de Nicea (en la actual Turquía) para celebrar el primer
concilio y donde se establecieron los dogmas básicos de la fe
(redacción de El Credo); aún ahí no se estableció el infierno, que
hizo su aparición hasta el concilio de Calcedonia en 370, como una
forma de persuadir más eficazmente a los paganos para su conversión.

Desde aquellos remotos días tenía problemas la Iglesia, que ya estaba
bastante dividida en más de 100 versiones de cristianismo, de las
cuales Roma sólo aceptó la católica, a la que hizo oficial y se dedicó
a la persecución de las demás. Ahí comenzó a llenarse el infierno
cristiano, con los otros cristianos, los no alineados, al poco tiempo
ingresaron los judíos, los paganos, y en cuanto se supo de su
existencia, los budistas, los hindúes y en cuanto aparecieron en la
historia, los musulmanes. Hablamos sin duda de la época dorada del
infierno, que nunca había tenido tanto huésped; y aunque el cielo
estaba aparentemente vacío porque todos eran pecadores, lo que seguía
lleno, además del averno, eran las arcas de la Iglesia.

Pero el asunto se volvió delicado por ahí del siglo XIV, cuando las
opciones eran sólo dos: cielo e infierno, y todo el mundo sabía que
acabaría en esta última, porque para entonces Dios estaba eternamente
enojado según sus emisarios. Pero en esta época, sin sustento bíblico
alguno la Iglesia instituyó la sala de espera o lavandería de almas a
la que llamamos Purgatorio, basados en la maravillosa creatividad del
poeta Dante Aliguieri, quien debió de patentar la idea, y hasta hoy
sus descendientes recibirían regalías de la Santa Sede por la
explotación comercial de la idea del dramaturgo.

Porque el Purgatorio era una sala de espera muy lenta donde uno podía
estar miles de años, a menos que, con dinero baila el perro, se
comparan indulgencias; es decir, pagar por el perdón, en efe y por
adela; como cuando un conductor ebrio compra por adelantado su amparo
pre aprobado contra la detención de 36 horas en el torito (que ha de
ser todo un Purgatorio) por ser detenido en el alcoholímetro.

El terror mantuvo a las ovejas en el redil y a las arcas rebosantes
gracias al pague ahora y peque después. Cabe señalar que para entonces
el mercado de la Iglesia se reducía a Europa occidental, ya que la
parte oriental tenía su propia versión de la fe sin obediencia al
Papa: la Iglesia Ortodoxa Griega, cuyos seguidores entraban y salían
del infierno debido a que en diferentes concilios la Iglesia de Roma
decía a veces que la salvación sólo estaba dentro de la Iglesia, lo
cual mandaba a los ortodoxos al inframundo, y a veces decía que estaba
dentro de Cristo, lo cual los sacaba en su calidad de cristianos.

Pero en 1517 un monjecillo de mente lúcida, de las más brillantes del
siglo XVI, Martín Lutero, hizo una serie de interpretaciones bíblicas
según las cuales el Papa carecía de autoridad, y media Europa estuvo
de acuerdo con él. Ante el avance de la Herejía protestante la Iglesia
convocó al Concilio de Trento, en 1545, donde otra ves todos su fueron
al infierno: no hay salvación fuera de la Iglesia; ortodoxos,
protestantes, y desde luego judíos, musulmanes, hinduistas y otros
volvieron a las llamas eternas, encabezados por Lutero, y
permanecieron ahí hasta el Concilio Vaticano II, en la segunda mitad
del siglo XX, cuando se aceptó la posibilidad de salvación en
cualquier fe. El infierno se vacío y las arcas también.

A partir de entonces, con esa modernización de la Iglesia, que no
gustó a todos sus agremiados, uno era libre de elegir racionalmente su
fe y salvarse y para entonces el menú de cristianismos era inmenso;
varias ovejas cambiaron de pastor. Luego el menú se amplió con las
creencias orientales y el rebaño decreció aún más. Sumemos a esto a
los que simplemente no les interesa el menú, opción cada vez más común
y muy de moda en Europa. Afortunadamente la Iglesia ya se había
abierto un nuevo mercado menos cuestionador y más sumiso:
Latinoamérica, de ahí que Juan Pablo II se la pasara por estos lares.

La realidad de hoy es simple; la religión más grande del mundo y la
que más crece se llama Islam, con 1,500 millones de fieles y contando;
todos los cristianismos juntos lo empatan, pero sólo unos 900 millones
son católicos, religión que sigue creciendo gracias a la prohibición
de anticonceptivos, una estrategia vital; si no hay conversos nuevos
hay que reproducir mucho a los que ya tenemos. Y en América Latina,
ese mercado siempre fiel, los cristianos no católicos crecen a pasos
agigantados. Momento de hacer una campaña de reposicionamiento del
infierno.

Y aunque la postura oficial de la Iglesia es la del Vaticano II y sólo
puede cambiar con otro concilio o si al Papa decide usar de facultad
de infabilidad, Benedicto XVI, a título personal ya volvió a mandar a
todos los no católicos al infierno, que ya debe ser una parranda de
primera, ya volvió a dar misa en latín…., en fin, está haciendo una
feria medieval.

Lo curioso es que trata de echarle más la soga al cuello al creyente,
de infundir más miedo, pero si esa estrategia ya no funcionó en el
siglo XVI, no se qué le hace pensar que va a funcionar en el XXI, con
gente más informada y más opciones de salvación. El infierno existe,
es real, es eterno y es un lugar físico, me da gusto por algunos Papas
de la historia que merecen estar ahí y que yo pensaba que se habían
librado: León X, Inocencio III, Julio II y Alejandro VI, que de no
existir el infierno pero si Dios, debería hacer uno para el solito.

Y el creyente promedio: pobre, jodido, ignorante, sometido, sufriente
en este mundo, tiene que volver a sufrir más en esta vida por el temor
al infierno; que bueno que la mayoría de ellos no leen los periódicos.

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